Foto: The road is home
(Tendworth & Oscar)
A
la memoria de Selma, la hija que tuve en mis brazos diez minutos y segundos
más, segundos menos
Un día uno se levanta sin vocación y oficio,
bebiendo de la botella whisky o ron,
diciendo pss, pss al perro que no se tiene
pero que dentro de esas rarezas bibliográficas
se aparece y te mueve la cola.
La vida –en lo particular– no es ese gran número
de libros que has leído, ni la mezcla de azucares
y proteínas, constructores temerosos de la inocencia
y la sinceridad; es ese arrebato que nos vuelve
sospechosos de crímenes y robos.
No creo en los hombres de buen corazón,
en los arrepentidos que mordieron el hierro
y hoy con aire de iglesia o convento le dan palmaditas
a cuanto hombre se encuentran en los pasillos
como si escondieran entre dientes coartadas
tan severas como el saber la fecha exacta
del Juicio Final.
No creo en los cordones sanitarios de la inteligencia,
ni en la paloma trinitaria del underground,
la contracultura, en la muerte y resurrección
de lo indie: en lo “independiente” y su aparato
policial de revolución y censura; creo en las mujeres
que se quitan la ropa y tienen coñac en la sobremesa
y ven el fin del mundo sólo cuando toreo o me lanzo en paracaídas.
Un día uno se levanta borracho
y le pide a la alta corte celestial
–que es esa mujer que vino de no sé dónde
para enseñarme sus piernas–
me cambie las almohadas
y me bese y con ello reconstruya
la línea divisoria entre el bien
y el mal.
De paso me quite el dolor de espalda
y llene de dulces la canasta.
Luis Daniel Pulido
bebiendo de la botella whisky o ron,
diciendo pss, pss al perro que no se tiene
pero que dentro de esas rarezas bibliográficas
se aparece y te mueve la cola.
La vida –en lo particular– no es ese gran número
de libros que has leído, ni la mezcla de azucares
y proteínas, constructores temerosos de la inocencia
y la sinceridad; es ese arrebato que nos vuelve
sospechosos de crímenes y robos.
No creo en los hombres de buen corazón,
en los arrepentidos que mordieron el hierro
y hoy con aire de iglesia o convento le dan palmaditas
a cuanto hombre se encuentran en los pasillos
como si escondieran entre dientes coartadas
tan severas como el saber la fecha exacta
del Juicio Final.
No creo en los cordones sanitarios de la inteligencia,
ni en la paloma trinitaria del underground,
la contracultura, en la muerte y resurrección
de lo indie: en lo “independiente” y su aparato
policial de revolución y censura; creo en las mujeres
que se quitan la ropa y tienen coñac en la sobremesa
y ven el fin del mundo sólo cuando toreo o me lanzo en paracaídas.
Un día uno se levanta borracho
y le pide a la alta corte celestial
–que es esa mujer que vino de no sé dónde
para enseñarme sus piernas–
me cambie las almohadas
y me bese y con ello reconstruya
la línea divisoria entre el bien
y el mal.
De paso me quite el dolor de espalda
y llene de dulces la canasta.
Luis Daniel Pulido
1 comentario:
Hermoso, aun en tu furia
Besos!!
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