No me gusta salir ni
hablar en público. Al menos con la gente que no conozco. Eso de construir
puentes literarios o de desarmar las bombas que algunos ven en el lenguaje:
sumarme a la liberación de los yugos y lo que se vaya generando, no se me da.
Me he vuelto un hombre solitario, así, solitario: fruto colgado de un arbusto
artificial o ala de un ave que se mueve lentamente hasta dejar pasar la luz a
mi habitación, donde lo primero que veo es un disco de Nick Cave and the Bad
Seeds.
Y luego esa sensación que me da verme en fotos y
espejos porque veo al monstruo que se muerde las uñas. Mis ojos son feos. Yo
soy un monstruo, lo sé. Y me pierdo en el mar sin dejar señal.
Luis Daniel Pulido
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