Sé
que la memoria, a estas alturas, proyecta meras coreografías de años pasados. Y
son nobles. Y buenas. Y divertidas. Los puntos de vista saltan, se repliegan,
asemejan a bulevares iluminados. La cerveza, esa tradición pujante y rica en
vitaminas no falta, da sustento a cada análisis político, social y literario.
El rock, sí, como arrolladora máquina de sonido. Se hace un plan de reuniones
para cada año, se dominan los mecanismos con sus respectivos ministerios
capitalistas: comprar boletos de avión, convocar amigos en común, una muchacha
bonita, sentarnos en una larga mesa con bebidas y botanas. Y cuando las huellas
que corresponden a mis pies apenas son visibles en la arena (porque la tristeza
eso hace: me desaparece) un hermano roquer te busca hasta el fin del mundo. Y
llega gritando: “Pulido, ábreme la puerta, culero”. Y respondo: “Está abierta,
hermano”.
La
muchacha bonita en la hamaca es testigo de mi flota de barcos camaroneros.
Pero
no, no somos hombres de negocios.
—¿Cervecita?
—Cervecita
Luis
Daniel Pulido
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