Héctor
es un lector que no pregona el discurso exaltado y congestionado del sabihondo,
renuncia a esa camisa de fuerza y propone libertades lectoras, que al igual que
él cedamos al viaje propuesto por los libros y los móviles inesperados: las
citas literarias, las canciones inolvidables, los caminos que se entrecruzan.
Libertades que apuestan por la generosidad y la memoria.
Héctor Cortés, así, desde su Casa de citas, invita a disfrutar los
libros como formas de historia y creación: restaura distancias con el mundo y
su vértigo violento y material para compartirnos los libros leídos, las
películas vistas, el detrás de escena de un párrafo bien logrado o en su
defecto: la falla; los viajes en corto o más allá de su Chiapas querido, las
anécdotas con amigos y no tan amigos.
Casa
de citas, en su concepción, no tiene un orden ni pretende unificar en un sólo
sentido a la literatura, el arte, la dramaturgia ni a quienes la hacen, al
contrario: su valor consiste en quitarle ese velo reverencial y canónico y
apostarlos como temas y desafíos de nuestro tiempo; nos ofrece, pues, la
posibilidad de asomarnos a un universo que pareciera ajeno y que sin embargo
reconocemos su lenguaje. Virtud de Héctor: el lenguaje sin el peso de la
impostura, lo infalible, la provocación iluminadora.
La apuesta, pues, es un amplio arco de
autores donde abarca distintos tiempos, distintas experiencias, distintas
disciplinas. Va de Borges a Shakespeare; de Sandor Morai a Virginia Woolf; de
Joaquín Sabina a Bertolt Brecht; de Corman McCarthy a Efraín Bartolomé; de un Diccionario de americanismos a Woody
Allen. Virtud de Héctor: en Casa de citas
todos los horizontes del mundo caben en una mano.
Acá están las primeras cincuenta, sin
cortes generacionales; como en botica, hay de todo. O casi de todo.
Casa
de citas trasciende los escenarios de las falsas victorias, la rotación de
las cúpulas políticas, las nuevas repúblicas de escritores, esas entidades más
ligadas a la burocracia y el resentimiento. Y la trasciende porque, creo, sin
proponérselo, es el mejor promotor de lectura.
Bastaba, antes, con leer su columna en el
periódico que lo publicaba; basta, ahora, con entrar al link de Chiapas Paralelo
para leer la Casa de citas. Yo, que
memorizaba las que leía, he pasado como erudito, hecho que desmentía (algunas
veces) inmediatamente a pesar de lo que había en juego:
–Ah,
tan inteligente que se veía ese güerito– me dicen todas esas mujeres guapas que
ahora leen a Héctor Cortés Mandujano.
Yo le dije, lo recuerdo, a mi exnovia que
estudió Letras: “Algún día creceré y seré un gigante”. Y lo soy.
Y si Héctor hizo eso conmigo, imagínense
cuantos gigantes hay aquí presentes.
Luis
Daniel Pulido
No hay comentarios:
Publicar un comentario