domingo, 1 de julio de 2018

ROBERTO BERNAL: UN EXTRAÑO EN LA MULTITUD


Foto. Roberto Bernal


La fotografía contemporánea –como la poesía– sujeta su libertad al protagonismo: historias breves y particulares de fama. Y es regla, eso me parece, la disponibilidad a hacer círculos de complicidades a condición de tenerlo todo: “likes”, comentarios, “retuits”, un nombre y un lugar libre de las devaluaciones propias de la Red: las voluminosas migraciones a escándalos de los que no serás parte. Guetos que tarde o temprano compartirán el mismo destino: el olvido y el anonimato.

Sin saber distinguir ni diferenciar las perspectivas ni las pretensiones ni ninguna escuela o influencia, todo es tragado y vomitado por las masas y el dominio público. Saturados de convenciones e ideas generales, se imponen las reglas: igual se finge una emergencia, igual se finge una democracia.

En ese océano oscuro de voces correctivas, ávidas de reconocimiento y gritonas –altares de la corrección política, santuario de bastonazos– me detengo (pericia que me aísla del flujo del mundo) y veo una foto: en ella la tierra, la cosecha, el espectro radiante de un sol tímido que se filtra ante la lluvia inminente, el continuo acercamiento a la nostalgia, libre de la soberbia del fotógrafo y su necesidad de protagonismo y no como apuesta de transparencia imaginativa.

El mundo sí se detiene, a veces, y no en función de las redes sociales. Doy fe de ello viendo una foto, bajo la sombra de una casa que no conozco, frente al autor de la foto que sí conozco: Roberto Bernal, mi amigo que procura el silencio para perderse.



ROBERTO BERNAL: UN EXTRAÑO EN LA MULTITUD


Las hojas fingían la postura pálida de la tarde. Pero la luz las traspasaba: torcían la dirección de su movimiento. Atrás de ellas circulaba el aire del huerto, mientras imaginaba el caer del mango, su aproximación verde de primavera, y las lluvias que harían su cáscara amarilla.

Roberto Bernal

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La fotografía de Roberto Bernal no se circunscrita a los apremios de hacer arte, folclore, pueblos mágicos. Evita el centro y camina al margen, a un lado, en la periferia, como ruta de supervivencia y no de lamento y pobreza, enfoques que, seguro, dan premios o becas. Robert Bernal asume elementos de retracción con el fin de generar un espacio a unos metros de un limón o de un hombre que ara la tierra, de cuyo interior subraya silencios en un mundo que va demasiado rápido. Para Roberto no son importantes las representaciones, sino el atrincherarse con los ausentes, honrar a los amigos. Y mirar más allá de lo siempre visto, evitar el continuo acercamiento, la sugestiva indiscreción y bulla del fotógrafo como protagonista. No hay en él la disputa encarnizada del fotoperiodismo, el espejo de la impostura y la soberbia. Es su fotografía un relámpago emocional que, ganando parcelas, no apunta a sacrificarse ante los altares de las redes sociales.




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Su fotografía, pues, no es el martilleo desolador de un país que se derrumba, ni el “laberinto de la soledad” de una visión mesiánica, tampoco un acto para la aceptación y el reconocimiento ni un modelo de denuncia. Él transita por caminos que se suponen cerrados: el de la intuición y la paciencia. Y como lector de Rulfo, hace de la fotografía el acto sencillo que lo aleja de los aspirantes a genios de tiempo completo. Y nos hace saber que la fotografía, efectivamente, tiene que ver más con Rulfo:


–¿Qué es? –me dijo.
–¿Qué es qué? –le pregunté.
–Eso, el ruido ese.
–Es el silencio.


Y no con la producción de escenarios, esa cuota temática disfrazada de proyecto, y que nos satura de participantes, imágenes y ruido. Y en un mundo donde todos somos dados a convocar públicos, destaca, el hombre callado que se pierde en el monte.


Llueve.


Luis Daniel Pulido

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