Mamá está en la fábrica,
no tiene zapatos,
papá está en el callejón
en busca de comida,
yo vago por las calles
con los blues de la lápida
Bob Dylan
no tiene zapatos,
papá está en el callejón
en busca de comida,
yo vago por las calles
con los blues de la lápida
Bob Dylan
Esta es la historia de un niño triste. Su tristeza era porque un grandulón le vació un tarro de cerveza y su bolsita de almendras pasó de regalo a capitán irlandés bebiendo de un sorbo las aguas profundas del celofán en su mano de deditos fracturados. El capitán, por cierto, curioseaba con gogles el único pistache con forma de bomba atómica.
El niño triste no sólo estaba triste por ese hecho. El niño triste era ciego. Pero el niño triste estaba enamorado de la niña que salía del hondo de los acantilados y que no era sirena ni holandesa de una ciudad pequeña. La niña era rubia y lamía entre sus dedos los restos de miel y zarzamora porque como ustedes saben es imposible lograr el sándwich perfecto. Lo que se desparrama, sin duda, merece pasarle la lengua y marchar con parpadeos suaves y ligeros hasta el centro de la colmena.
A la niña –que no era sirena ni era holandesa- le picó una abeja.
El niño triste caminaba por las calles, a veces tropezaba y medía fuerzas con semáforos dispuestos a no ceder solicitudes de paso para el pequeño enamorado.
La niña, que le había picado una abeja, lloraba y lloraba.
El niño triste, un lunes por la mañana, entre recaídas y empujones, compraba una bolsita de pistaches.
La niña –que no era sirena ni era holandesa- desenredaba sus cabellos.
El niño triste –que además era ciego- se sentó a su lado.
La niña – que antes lloraba y lloraba porque le había picado una abeja- tomó una de sus manos y al oído le dijo…
El niño triste no sólo estaba triste por ese hecho. El niño triste era ciego. Pero el niño triste estaba enamorado de la niña que salía del hondo de los acantilados y que no era sirena ni holandesa de una ciudad pequeña. La niña era rubia y lamía entre sus dedos los restos de miel y zarzamora porque como ustedes saben es imposible lograr el sándwich perfecto. Lo que se desparrama, sin duda, merece pasarle la lengua y marchar con parpadeos suaves y ligeros hasta el centro de la colmena.
A la niña –que no era sirena ni era holandesa- le picó una abeja.
El niño triste caminaba por las calles, a veces tropezaba y medía fuerzas con semáforos dispuestos a no ceder solicitudes de paso para el pequeño enamorado.
La niña, que le había picado una abeja, lloraba y lloraba.
El niño triste, un lunes por la mañana, entre recaídas y empujones, compraba una bolsita de pistaches.
La niña –que no era sirena ni era holandesa- desenredaba sus cabellos.
El niño triste –que además era ciego- se sentó a su lado.
La niña – que antes lloraba y lloraba porque le había picado una abeja- tomó una de sus manos y al oído le dijo…
6 comentarios:
ahhh, qué le dijo, qué le dijo?
¿Y los deditos los tenía fracturados porque era portero?
Por si te interesa, soy rubia (revlon, pero rubia, ja)
Estimada Lolita:
Ella le dijo...
Alejandra:
Efectivamente, ¿cómo sabes?
Diana:
Ummmmmmm, very good
Que dice mi 'ama que dizque sí, quiere ser tu novia
¡Papá!
Ja
¡Hijo!
(La Cherokee es mía, cabrón)
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