viernes, 8 de mayo de 2009

ERES MALO TOM SAWYER



No tengo muchos amigos en Chiapas. Nunca los he tenido. En la adolescencia se me recriminó no hablar como “chiapaneco” y ahora, de adulto, de malnacido e inoportuno.

-Ese maldito judío se alimenta de sangre humana- reza el comentario más estrafalario en mi correo electrónico. Acusado de pervertir la poesía tradicional, de erigir todo un imperio de una poética de comida chatarra, de no escribir sino de hacer geografías infantiles, de no estar a la altura de los que por su tierra están dispuestos a matar, de ser un “macho” por leer a escritores que las feministas odian – y los odian porque estos nunca se han permitido el lujo de reparar su profunda ignorancia- , de entrar en comisarías y salir porque sé decir abracadabra.

El trámite común de los calendarios ha sido la del ladrón perdido en las colinas: fechas rayadas en piedras y mujeres de carne y hueso que habitan mi cama a cambio de sopas de lata.

Es el amor mi única carta de residencia: un día fue Alejandra, Yesenia, Megan, otro día Jennifer, cinco minutos Mariana, los ojos azul turquesa de Lumi, una cerveza con Dana coreando el Capitán Trueno de Asfalto.

Qué calles, intransitables y violentas. Esta ciudad es una moneda gastada y sometida a su propia cultura vigilante donde cada escritor escoge lo que le corresponde: el aguacero, el atropellado, sus tres ejemplares de la ruta turística, el lodo, su fiesta de San Juan, el barullo, las conclusiones.

Durante dieciocho años he pasado días sin hablar con nadie, dibujando chalets y revoluciones blancas, amarillas, rojas que renunciaron a ser patria y se convirtieron en pastizales de cráneos aplastados, algo tan emotivo como perturbador.

No tengo amigos, pero algunas veces ratifico lo que pienso cuando alguien me reconoce y me saluda.

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