1
Los viernes de quincena acostumbro a escuchar el sonido de la ciudad, toda esa ansiedad cuya relativa calma es un murmullo que abrasa a mi oído pegado contra la puerta. Pintarrajeado de cosquillas cosmopolitas me decido a salir para cambiar mi cupón por la pizza gratis. Mi duda es, sí una pizza en su conversión de masa, azúcares y carbohidratos hace de chicos y grandes monstruos de energías, a mí, después de comerlas me da un sueño, que si no fuera por los gendarmes que tengo como proyectos de novias que a cada rato me marcan al celular, nadie me movería de ese sillón donde soy el mejor espeleólogo de sueños. Y no lo digo porque tenga cabeza de piedra (creo), sino por todos los peligros que implica tomar en serio lo de crear mi propio planeta: conquistas, estrategias donde no se utiliza laluz, universos donde el silencio es absoluto, princesas que vienen de Buenos Aires en tangas de color rosa.
2
En la mañana fui al mercado San Juan acomprar un kilo de pollo. El kilo cuesta 27 pesos, según la carga emocional de la báscula. El pollo no da para opciones inesperadas, y de eso doy fe cuando se me ocurre pedir que se le aumente un muslito más, lo que hace que mi pollo suba de 27 pesos a 34 pesos (pinche pierna, está a precio de edecán, y hasta eso, de nivel ejecutivo). Así que regreso a casa con sólo 27 pesos menos. En la tardecita –me preparo- comeré un riquísimo pollito con papas.
3
Si no se te da eso de las relacionespúblicas, no importa, en esto del periodismo alguien que tú no conoces se ve obligado a inventar entre la más mínima posibilidad de saber quién eres, algo de amistad contigo. Por eso antes de pasar al cajero se me solicita una entrevista. Hablo con la reportera de ojos bellísimos que me pregunta sobre quién soy, de dónde vengo, hacia dónde voy, y como diría Sergio Arau, si tendré boleto. Hubo turbulencia sexual y esa vocecita interior que me repetía una y otra vez: Luis Daniel, uno mata para comer. Me imaginé que nuestra sexy reportera tenía un chonguito con un hueso, una tibia para ser exactos, que le atravesaba el carapacho de dreads sobre su cabeza. Empecé a caminar a su lado mientras hablábamos, y como el destino fabulaba a mi favor, le pedí su teléfonoy correo electrónico
-¿Quieres comer pizza?- pregunté
-Siiiiií- me dijo y quedé sordo
- Luis, tu teléfono está sonando, contesta
-¿En serio? No escucho nada
Y así, juntos, como Courtney Love y Kurt Cobain, nos enamoramos en dos horas y media.
Pero el amor, tequila sunrise, delimita su tiempo a los que sólo sabemos hacer bien tres cosas: comer, contar chistes y dormir. Entonces entendí que las pizzas no nos hacen el Michael Phelps con el que las niñas bonitas sueñan. Eso sí, le dejé mi insignia de superhéroe: una araña de gomita.
4
Cuando regresé a casa todo estaba listo para devorar mi pollito con papas. Mi mamá, ese cielo claro que da al mar, me dijo con voz entrecortada
-Ay, hijo, pero si no compraste ni una sola papa
-Como siempre, esta memoria patas pa’arriba- le dije.
Y sintiéndome como el pollito perdido que camina en círculos hasta que una fila de maicitos amarillos lo guía a una casa de adobe donde alguien que lo quiere mucho siempre lo espera, bajé la mirada esperando el beso en mi frente que me devolviera la luz de faro que tengo en la mirada. Fue así que comimos, mi mamá y yo, un pollo de 27 pesos el kilo.
5
A las 9:45 de la noche recibo una llamada de mi querida “Courtney”
-Estuvo riquísima la arañita
-Pero si no se come, es tóxica
-No mames
-¿Estás vomitando?
tu tu tu tu tu tu tu tu tu tu tu tu tu tutu tu tu tu tu
Colgó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario