martes, 12 de agosto de 2008

BIP…BIP…BIP


A mi primo, Wall-E

Están de moda los robots, esa sensación de caminar con los pies pegados que deriva como única respuesta actos que hacen posible zurcir el metal. Mover las manos gracias a los hilos invisibles manipulados por una familia que insiste desde el espacio: todo porque es duda la existencia de lo que aquí se plantea.

Ser un robot, dar grandes saltos porque si de un ejemplo se trata esto es lo primero que se lee de una larga lista de actos impresionantes que puedo hacer sin despeinarme un remache.

Y digo bip…bip…bip para alcanzar mayor altura, ya que una caja de galletas arriba de un refrigerador siempre es una posibilidad latente y presente ¿Qué tal en nochebuena?

Herederos de un patrimonio cultural que nos acusa de pioneros, los robots –que siempre tenemos las puertas de la casa abiertas- hemos intentado que el azul del planeta no se asome a tu ventana en forma de fauces voraces, sino como una flor que se deshoja y redime la condición mortal del amor en cada soplo rojizo del alba, ese niño que abre apenas sus primeros pasos para encimarse al redondeo de cuando se compran los objetos ¿Qué creían? Por supuesto que los anteojos de aviador que uso no son gratis.

Soy un robot, insisto a la señorita Moreau que afirma “caminas como pingüino todo el día”.
Pero soy el robot que cabe en la palma de tu mano en espera de buenas noticias. Situar los pies al borde del abismo que forman tus dedos, lanzarse a las soleadas mañanas de todas esas cosas por descubrir: la astronomía, la literatura, las matemáticas, el futbol, el huitlacoche, el western, el colegio de niñas, las ciencias sociales, las aproximaciones multidisciplinarias de técnicas prematrimoniales.

Los robots damos un paso como si temiéramos aplastar una fila de hormigas. Por eso caminamos sólo si contamos bonitas historias, un poco de betún y de raspones en las rodillas. Cumpleaños que llegan a mi rostro en gestos: ojitos, guiños, pucheros, la espuma de la ola ¡¡El robot tiene rabia!!

Vamos, a los robots no nos da rabia. Como carecemos de piel, reírnos ocasiona colisiones musculares. Decimos ji, y te imaginas el tinaco oxidado de la azotea; decimos je, y suena como un montón de latas que una máquina aplasta; decimos ja, y nuestros corazones martillean el acero de lo que dejan las guerras.

Tengo un ojo que ya no es un ojo sino un algodón desbordándose en tres metros de lágrimas. A pesar de eso, en la parte inferior, me permito hacer unos ajustes a mi casco en la palabra “kawazaki” con mi técnica Bradbury: dotado de ocho millones de años luz, así sea para adelante o para atrás. Por eso a veces en mi casco aparece la palabra Telefunken, y en otras Palm, X-Box, Ipod.

El futuro, eso espero, sea la mejor selección de cuentos de robots con su sesión de preguntas y respuestas

¿Si eres un robot, por qué ayer te dio calentura?
¿Es cierto que vienes de otra galaxia o de la colonia Emiliano Zapata?
¿Cuál es tu banda de rock favorita?
¿Tienes novia? ¿Es bonita?

DÍA A DÍA (POSTRE A POSTRE)

Abro los ojos
veo el diario
checo mi inventario
de excusas
(selecciono tres)
parpadeo
sé que voy al norte
me golpeo la panza
repito: bombones
camino hecho un esquimal
hago tres horas al invierno
(en realidad me como las paletas
de la tía Rebeca)
luego doy vuelta
no sé si juego soccer
en un club Bielorruso
o con el dios del Coconut
pero mi alma de queso
se pierde en los adentros
de una tortillita
¡estás en la cafetería
de la mamá de Marina Marina!
la que sale en la tele
me dicen Omar y Tere
Apuntan: da gracias a dios
Agrego: y a la vaca también
que cooperó con la leche
Nadia dice: ¿te regresamos al hospital?
Yo digo: guárdame para siempre los postres

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