Mi relación con las enfermedades es como la de un avión supersónico que se estrella con un objeto inamovible, a un planeta con un manto de silencio inmenso. La devastación es un día normal: otra vez todo es roca, glaciares, pequeños fulgores, un oso ciego. No tengo respuesta a lo que me pasa, un día un poco de dolor de cabeza, fiebre, un látigo de fuego en los pulmones, un animal de dientes filosos en las entrañas, percebes amargos en vez de boca, un monstruo en el espejo, yo tirado en la cama. Así van cinco días, aferrándome a las paredes cuando bajo por un vaso de agua, a ganar esas pequeñas guerras para alimentar a los perros, a regar los cálidos árboles que deshojan los gatos cuando tienen hambre. Pero acepto y bendigo la enfermedad, el rostro deforme, lento y contemplativo de los hongos nucleares, como cuando era niño y era encerrado por violento. La imaginación camina hacia otros lados y es lo más parecido a los juegos pirotécnicos.
Luis Daniel Pulido
Las caricias son los únicos procesos democráticos que conozco, son determinadas secuencias donde el tiempo y el espacio constituyen un solo lenguaje. Uno empieza por las manos hasta llevar a cabo un beso, persuadiendo así tu desnudez y la mía para ese país perfecto que es la cama, donde las almohadas no crean distancias y los sueños descansan en cada parpadeo, cada mirada, de frente a la vida tomados de la mano. Luis Daniel Pulido. Akumal, Q. Roo; México
jueves, 11 de septiembre de 2025
UN HOMBRE TAMBIÉN ES UN OCÉANO
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