Hemos leído mucho o poco,
hemos comprado un perro,
hemos escrito nuestros nombres
sobre postales de St. Tropez
y hemos renunciado a la escuela,
a los cartuchos húmedos de los cubículos,
a las rentas atrasadas cuyos billetes
no rebasaron los 1.8 kilógramos.
Hemos puesto al alcance
hartas horas de no hacer nada
y lo hemos hecho en las bibliotecas,
al salir a las calles, ante la vista
y desencanto de los genios financieros
que nos señalaron como villanos.
Hemos renunciado a que cada texto
literario suene ambicioso,
hemos vuelto a ser poco fiables
con las buenas ideas, con los amigos,
con el que se asoma precavidamente
a lo que escribo, con los tracks digitales.
Hemos puesto en venta la casa,
la luz enmohecida de los zaguanes,
el guardarropa de camisas con las
que salimos de caza y permanecen
–con su suavizante de plata–
en la semilla ensangrentada
de tilos intactos.
Hemos renunciado a las asambleas,
a las hojitas con textos solidarios,
a la ciudad como móvil de pasiones
y virtudes, a la ruta de balas que tocan
el corazón y nos llevan a otros sitios:
a las conversaciones casuales
y las leyes antitabaco.
Hemos dejado de comprar libros
–esa propiedad comunal del Estado–
y hemos puesto en marcha pic nics
bajo la enorme sombra de los sauces,
básicamente en las noches y los fines
de semana; después de pagar, puntual,
la luz y el agua.
Hemos comprado un perro.
hemos comprado un perro,
hemos escrito nuestros nombres
sobre postales de St. Tropez
y hemos renunciado a la escuela,
a los cartuchos húmedos de los cubículos,
a las rentas atrasadas cuyos billetes
no rebasaron los 1.8 kilógramos.
Hemos puesto al alcance
hartas horas de no hacer nada
y lo hemos hecho en las bibliotecas,
al salir a las calles, ante la vista
y desencanto de los genios financieros
que nos señalaron como villanos.
Hemos renunciado a que cada texto
literario suene ambicioso,
hemos vuelto a ser poco fiables
con las buenas ideas, con los amigos,
con el que se asoma precavidamente
a lo que escribo, con los tracks digitales.
Hemos puesto en venta la casa,
la luz enmohecida de los zaguanes,
el guardarropa de camisas con las
que salimos de caza y permanecen
–con su suavizante de plata–
en la semilla ensangrentada
de tilos intactos.
Hemos renunciado a las asambleas,
a las hojitas con textos solidarios,
a la ciudad como móvil de pasiones
y virtudes, a la ruta de balas que tocan
el corazón y nos llevan a otros sitios:
a las conversaciones casuales
y las leyes antitabaco.
Hemos dejado de comprar libros
–esa propiedad comunal del Estado–
y hemos puesto en marcha pic nics
bajo la enorme sombra de los sauces,
básicamente en las noches y los fines
de semana; después de pagar, puntual,
la luz y el agua.
Hemos comprado un perro.
Luis Daniel Pulido
4 comentarios:
no hemos hecho nada de lo que tu dices,salvo pasear por blogs, sean los que fueren!
un abrazo,gracias por comentar!
costó mucho lo se,como me cuesta a mi
lidia-la escriba
blog re actual
Luis Daniel, hermoso!!! No me importa tener un país si tengo tu corazón
Te quiero un chingo!!!
Mi poeta favorito, eres mi poeta favorito, mi amante inolvidable
Besos, muchos, todos, TOTALES!!
Como siempre, me robas el aliento, cada latido
Un beso
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