Dicen que me voy a quedar ciego porque soy un niño cruel y malo, un verdadero ser del infierno que ni tiempo tiene de rascarse la cabeza cuando lo regañan y le dicen –¡Pero hay un Dios, un Dios que todo lo ve!
He sido malo, y saben, no quise serlo. Los cuernitos con los que nací exigían acción, enterrar ratones vivos, seguir las luces que se cuelan cuando dibujo en el aire cohetes para celebrar mi propio año nuevo.
Era bonito ver, seguir el hilo de las explosiones, bajar la vista, tener pinta de niño bueno.
Pero soy un niño malo, y eso es triste porque los niños malos –me lo acaban de decir– se quedan ciegos por la maldición en la que somos envueltos para ser tirados a la calle.
Si no fuera por el amor de mamá, el nivel de las aguas infernales subiría, subiría hasta ahogarme, y quedaría del tamaño de una bolsita usada de té de manzanilla o maltrecho como cosmonauta en el primer vuelo espacial alrededor de la Tierra.
Fue bonito ver, hasta portero de un equipo importante fui donde viajaba y hasta se me olvidó que era malo porque ganábamos todas las finales y celebraba siempre a la memoria del temible Hombre de arena.
Claro, mi destino era ser malo y quise robarme una niña y fue así mi primer beso, los trapecios para verle las piernas, el ártico donde escondí por miedo a perderla el Unicornio que Dios da a las personas buenas.
Hoy, y después de tanta maldad, me voy a quedar ciego.
Mamá dice que siempre me tomará de las manos sin importar que con ello desafíe a los arponeros de la bondad, los escenarios de un mar en calma, que gritará conmigo goles o denuncias, o como papá: me llevará a un juego de los Yankees.
Es verdad, me siento mal y un poco triste, pero eso pasa cuando se queda sin oxígeno el cerebro en la hora del parto, y de eso hace ya muchos años.
*Fragmento del libro autobiográfico Prohibido degollar patos
1 comentario:
Yo te quieroooo!
Y me encanta que me veas las piernas, jajajaja
Besos!
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