Me pregunto si me recordarán las muchachas que molestaba en la secundaria, en la prepa, siempre haciendo cosas raras para llamar su atención: a Nadia le controlé un balón, más de cien golpes con ambos pies: la estética del pádel, gimnasta chino, una cosa maravillosa. A Marina le escribí poemas, tripitas de gato con hambre, puras cosas que la hicieron reír. A Magda, mi voz engolada, mi porte de Clark Gable, mi Acorazado Potemkin, películas de Chaplin, pero ella sólo escuchaba a Vicente Fernández. Y no grabé su nombre en la penca de un maguey ni cosa que se le parezca, porque era un golpe a mi inteligencia. Sí, mamón desde chiquito. A Julissa, que es tapatía, Los cuentos de Canterbury, mi solo de guitarra al aire, la canción: Every Rose Has Its Thorn, la dedicatoria en un libro mío: El apetito de los ciegos. A Adriana, un prontuario de contabilidad rayado y con fragmentos de los Versos Satánicos de Salman Rhusdie y un cassette con baladas de Skid Row, Motley Crue y Black Sabbath. A Erika, que vino de Tijuana, las mentiras más dulces, el encanto, el poder de las palabras, mi rayo es el rock y todas esas cosas que hacen los poetas que son estrellas de rock… y un pedacito de cielo… A Gina, que es tapatía también, ya grandecita, una estrellita en su frente, mi paz mental, mi dolor de rodilla, mi experiencia de todos los años de revolucionario, mi pasamontañas, mi identidad secreta… Spider Man. La que pregunta “¿Ya pudo hacer popó mi revoltoso?”
Afirmativo
Luis Daniel Pulido