Nos reunimos por esas cosas del azar,
el régimen de nariz prominente poco espacio
nos deja para caminar tranquilos,
a los nazis en Praga,
vimos a los pájaros aterrizar en la estatua
de Wagner,
yo tomaba fotos con el sol en la mano,
seguro, además, de no haber leído al viejo esloveno
ajonjolí de todos los moles de las crisis humanas,
iba camino a casa de un buen amigo que me pidió
omitiera su nombre
Desayunamos y al mismo tiempo platicamos
de la precaria inteligencia de estos tiempos,
los espectros punitivos de la sinrazón en las redes,
algo de Física y los fallos en la concepción del tiempo,
que todo es bucle infinito,
Back to the future,
huevos rancheros,
huevos motuleños,
café americano,
jugo de naranja
(dos, por favor)
Como la conversación fue rica en vitaminas,
innovación cultural y educativa –mi amigo tiene 82 años
y canta rock y rap,
me quedé a comer con su familia,
asaltamos nubes y cielos,
generaciones de lingüistas, cineastas,
una bonita diseñadora gráfica
Saltaron temas como el diseño editorial,
la responsabilidad con el autor –el que escribe,
la responsabilidad del que hace girar el libro:
el diseñador gráfico y el maravilloso haz de luz
que va por la página
El pollito en crema de champiñones y la pasta
y el rico postre fue devorado por los comensales,
pero no dejamos caer la tarde,
terminamos —Sofía y yo— platicando de gatos,
de Ho Chi Minh, como lo bautizó
mi amigo que me pidió omitiera su nombre
Un gato al fondo, ciego y sordo,
bajo un árbol de lenguaje coloquial
y amistoso,
de un pueblo llamado Villaflores
Luis Daniel Pulido
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