martes, 29 de marzo de 2011

¿ME ENSEÑAS A AMARRARME LAS AGUJETAS?



Conocí una niña. Tiene ojos muy bonitos. Se pone de puntas para sacar libros del estante, y su falda –como el paso lento de los barquitos en el agua– se alza para mostrar dos centímetros de piel, más de lo que a un caballero le está permitido.


Yo soy un caballero, tengo armadura y pancita, una estufa destartalada que no es un monótono caballo, sino el fuego necesario para que el plop plop plop plop de las palomitas extra mantequilla haga bailar a los dragones cuando tienen fiesta.


Me encantaría invitarla, pero a ella sólo le importa leer su libro, trazar con sus dedos explanadas de sueños y silencios, ese temblor que produce el mar contra las manos cuando se navega en la oscuridad y sin lámparas.


Yo me acerco, no mucho, y dibujo un par de botes salvavidas para casos de emergencia.


Algo la aflige, algo la asusta, y yo como ratoncito experto en el tocinito crujiente, busco el extremo de la hebra.


Frente a ella y su libro me quito el sombrero, hago la reverencia y le doy mi palabra: Te voy a proteger de los hombres malos.


Pero antes: ¿Me enseñas a amarrarme las agujetas?


viernes, 25 de marzo de 2011

FOTOS DE PRESENTACIÓN DEL LIBRO INTENCIONALMENTE NÁUFRAGO

Nadia Villafuerte, Héctor Cortés Mandujano y yo, forzando mis ojotes

Héctor Cortés
Público conocedor


Yo, firmando




Héctor, Nadia y yo, cieguito y pingo
Fotos: Raúl Ortega



jueves, 17 de marzo de 2011

HABÍA UNA VEZ UN NIÑO QUE ESCUCHABA A BLACK SABBATH CON SU PAPÁ A LADO VIENDO POR TV LA FIESTA BRAVA

Marco Pulido y Nadia Villafuerte en La Guadalupana, México, D. F.

A Nadia y Marco

Pocos pueden –lo escribo y no rebaso
los dedos de las manos– tener un papá
verdaderamente grande, ser amigo
de su primogénito cuarenta años
después de haber nacido yo,
último de la fila de un universo
amoroso en expansión:
Guaymas, Chihuahua, Guadalajara,
París, Londres y Harvard y yo
y Nadia y los universos paralelos

Pocos pueden hacer brillar una galaxia itinerante
entre cien notas reunidas cuando te beso
y caminas a La Guadalupana y entre tantos
espejos Marco y tú permanecen y digo adiós,
para siempre, al exilio con las manos sucias
de mar y tierra

Ustedes son mi patria y lo celebro

lunes, 7 de marzo de 2011

EL MEJOR REGALO


A Nadia

El amor, si existe, ha de ser un ataque de ansiedad
Nadia Villafuerte

He llorado por ti, por tu ausencia,
por tu viaje relámpago a Chiapas,
por ese día maravilloso que tuvimos,
por la sorpresa de verte en mi casa
a las siete de la mañana y que,
cómo carajos no, a pesar que el avión
Mig de tu novela se estrella en mis ojos
y sus veintiocho provincias bombardeadas,
veo caminar sobrevivientes que dieciséis
años después deciden ser amantes,
niños exiliados de un país en guerra
y que de la noche a la mañana descubren
que el dinero no lo es todo pero sirve
para pagar un cuarto con jacuzzi,
para darle cuerda a las mariposas
que revolotean sobre la miel que eyaculo
en tu rostro, que ser felices cuesta
y por ello tu corazón y el mío proyectan
la sombra de un abrazo cálido,
diálogos casuales en la terminal
de autobuses (los aeropuertos
son egoístas y autosuficientes)
que se recargan exhaustos –en la pared
de al lado o de enfrente– porque mañana
lees en Minería y apenas, después de hacer
el amor como un par de adolescentes,
tienes tres horas para escribir sobre Esther Selligson,
para abrazarme fuerte, fuerte porque el amor,
aún grande, carga la incertidumbre de las despedidas
y no, no me preguntes si eso duele

jueves, 3 de marzo de 2011

EL MUNDO NO ES UN QUESITO QUE TE COMES A LA PRIMERA

Mayo y yo (sesión de preguntas y respuestas)

—¿Por qué hay panzas chiquitas y panzas grandes?

—Porque hay ombligos respingones y saltones que buscan satélites y porque hay ombligos que sólo son eso: ombligos

—¿Pero los niños panzones tienen lombrices?

—No siempre; sé de los que tienen escalones, juegos de serpientes y escaleras

—Pero ¿yo soy un niño panzón?

—Sí, eres un niño panzón

—¿De los que tienen lombrices, o escaleras y juegos?

—De ninguno de los dos. Eres panzón porque te comiste un sombrero, eh

—Pero eso me matará

—No, por eso juegas futbol

¿Y el fut me hará menos panzón?

—Como un cóndor chiquito cuando extiende sus alas por primera vez

—¡Oh!

—Como “O” te vas a quedar si no juegas fut todas las tardes

—Pero ¿por qué hay niños flaquitos y niños gorditos?

—Por la misma razón que hay relámpagos que hacen ruido y otros que nomás iluminan millones de rostros de niños asustados. Como tú, ahora.

—Pero ¿ser gordito es malo?

—Si te paras derecho e intentas ver tus pies y no los ves, pues sí

—Yo veo mis dos dedos gordos

—Qué bien, eso significa que eres un panzoncito a punto de ya no serlo

—Pues iré a jugar fut

—¿Y qué posición juegas?

—La mejor: soy portero. ¿Me das la bendición?

—Claro. Dios del trueno, no permitas que le chuten de los once pasos

—Gracias

—De nada

—¿Me das un beso?

—Mmmmmmmmm