jueves, 30 de abril de 2009

OPTIMUS PRIME



Siempre quise ser un buen niño,
portarme bien, no soñar con el bikini de Miss Eugenia,
mucho menos meterle mano a mis compañeras

Juro que quise ser un buen niño,
llevar flores a la tumba de mi padre,
llegar a tiempo a las confesiones sorprendentes:
“No tienes casa, eres un bastardo”

Siempre quise ser un buen niño,
no pagar el doble para entrar a un cine porno,
ir a la iglesia, no esconder bajo la pata de la mesa mis pecados,
no mentir a las autoridades escolares mi opinión sobre la patria

Siempre quise ser un buen niño,
ir a fiestas de cumpleaños con mi playera de los Raiders
sin patear a nadie para ganarme los malvaviscos,
las aceitunas, las galletas

Y lo intenté en el futbol,
en mi cuaderno, a la hora del recreo,
en los labios de mi instructora de budismo de Zen,
en condones aerostáticos

Siempre quise ser un buen niño,
creer en cyborgs, vírgenes que se aparecen,
extraterrestres, no ser tan callado,
ni darle tanta importancia a los diarios

No sé por qué no lo fui,
quizá porque todos los caminos conducen a una muñeca inflable,
o porque una dulce capa de crema era toda la ropa interior de Megan,
esa tarde, cuando al romperse la piñata mi corazón dejó de ser un lugar seguro

AMOR APACHE

¡Guaooooooooo!


Jao. Yo apache, tú doncella

Yo pedirte beso
y tú darme pan con queso

Yo apache hijo del viento,
tu doncella hija del cielo

Yo leer Tom & Huckleberry,
tú robarme mis flechas

Yo pedirte matrimonio
con perchas de oro,
tú decir que ir poco a poco

Por Manitú, está escrito:
tú decir sí a Gran Jefe Chincho

Bubu-bubu-bubu-bubu-bubu-bubu-bubu-bubu

Ay güey, me mareé

lunes, 27 de abril de 2009

TRANSYLVANIA SOCIAL CLUB

Cristina Brondo
1

Pocas veces he concertado una cita. Ustedes saben, una cita es mitad guiño y mitad propuesta. La primera mitad es la escénica y la segunda la del feeling, el temperamento.

Conocerse, conocernos, saber de ella.

Antes de eso el Mefistófeles Telcel iba tiñendo de luz tu número telefónico cedido por ¿Marcela, Juan Ramón? No importa. El biiiiiip biiiiiiip biiiiiip bajaba, supongo, entre tus dedos en forma de suave velo hasta que –como si tomaras una copa de vino- te llevabas al celular a tus labios para decirme

–Hi, ¿who are you?

Entiendo que el reloj biológico entre un hombre y una mujer sea incompatible en meridianos, y por eso no llegabas a la cita. Y lo entiendo gracias a que nadie como ella para cantar a Los Ramones y Metallica; y lo dice el murcielaguito en que me transformo cuando Marcela me toma fotos para repartirlas diciendo

–Miren esos ojitos enamorados y dormilones del Pulidín City

Y yo volaría a Transylvania, de vuelta, si no fuera porque quiero preguntarte:

¿Vendrás de minifalda?

2

No sé si fue mi guiño de vaquero, los patitos que me hacen cejijunto a la hora de enamorarme, quizá mi olor a pay helado. O esta mirada de bandido, el mendrugo de pan y los centenares de migas respecto a una alacena en tinieblas y vacía.

Yo digo que son tus ojos, mis piernas zambitas, un poco mi parte de gentleman británico, otro poco las Confederaciones de tu balcón de puertas abiertas.

Pienso que esa cafetería donde coinciden ladies y cowboys tiene también cierto aire neoyorquino: los duendes comen setas, las hadas cuentan billetes y tú cantas Procul Harum, Fleetwood Mac, María Griver y fumas habanos y bailas cha cha chá.

Por eso sigues de pie en una de mis costillas, tan bonita, sosteniendo un paraguas bajo la lluvia como en un cartoon japonés

CAMINO A PARÍS

No me tiene que dar Influenza, no me tiene que dar Influenza


A Nadia Villafuerte, este poema anti-gripal




Que el cielo se abra
sin insignias y embajadas

Que el dios del trueno
salga de la heladera

Que el cielo se abra
como un revolucionario contra su país:
Pancho Villa, Luis Daniel Pulido, Jhon Reed

Que el mar sea un continente congelado,
un enorme iceberg de coquitos pelados

Que el mar se estrelle contra el cielo
y su marea de juegos artificiales
ilumine la espada y el martillo

Que el dios del trueno
cante canciones de Motorhead
bajo los rayos del Báltico
mientras tú y yo volamos a París

EL SOUNDTRACK DE LAS BANDERAS

Yo opino...


Agradezco a mis amigos las puertas grandes,
el corazón con voluntad homicida,
la disponibilidad a ganar en tierra extraña,
la imagen espectacular de las caricias,
la residencia como método crítico,
el inventar relojes con libros de ediciones anteriores,
compartir la despensa porque implica tiempo e historia

Agradezco a mis amigos que cada tarde sea una fiesta sencilla,
pericias semánticas, bibliotecas para todos,
el trébol de papel sobre la arena,
que ningún escándalo, insulto o amenaza
abra ventanas no deseadas

Agradezco a mis amigos la oportunidad
de reivindicarme en Praga, Cancún, Oaxaca,
Guadalajara, Campeche, Tuxtla Gutiérrez,
que el tiempo libre sea una ciudad perdida
donde nadie nos encuentre: banderas de timbres postales

Agradezco a mis amigos el valor
porque sabemos que no existe la luz total
ni el gran dinosaurio de ojos,
sólo la estación de camiones,
la troca, el aeropuerto, hoteles de mil cabezas

jueves, 23 de abril de 2009

HELLBOY, HELLBOY

Grayslake, Illinois. Foto: Enna Krite


Para mi amiga Enna Krite


Beber agua, a veces la vida es eso: beber agua.
No cambiar el mundo, sino beber un poco de agua
en esos ojos que prometen, en esas manos de molinos palpitantes,
en la hojarasca a prueba de balas. En tres de cuatro naranjos
río arriba al taparnos la cara con la almohada,
en la lluvia que pasa de casa en casa,
en autopistas, galerías o stands,
en el viento, el sol que declina, en la casita de paja.

Beber agua a sabiendas de que hemos perdido la guerra
y el amor se reduce –casi siempre- a hacer círculos
donde quepan restaurantes y edificios:
ciudades que se enredan en los dedos
y destilan las cosas importantes sin temor a ver la vida
deslavada por la espuma del oleaje

Un puño, pues, es igual a una multitud de manifestantes.

Por eso a veces la vida es beber agua,
disponer de una yugular dispuesta al tajo,
esculpir en piedra corazones a punto de estallar
para comernos a besos el resto.

Luis Daniel Pulido



PROHIBIDO LOS MONSTRUOS

Foto: Jesús Hernández

Leti:

Me da pena decirte que ya no soy un niño valiente, que el sonido de los trenes entierra muertos en el patio, que tengo mis ojos cargados de plomo y fantasmas... y tengo miedo, mucho miedo.

El miedo es frío y te alcanza y te devora y arroja su piel negra en las almohadas y mastica mi armadura: es un monstruo de signos que se multiplica con las aspas del ventilador. Lo escucho cuando se adhiere a las vendas y crujen sus huesos y me grita ¡¡ciego!!

Más de una vez, en la mesa de negociaciones, le he ofrecido jornadas completas de juegos; pero él no quiere mis modelos originales de autos de carreras, ni el barco que despliega mares particulares con letreros de NO PARKING... Quiere mis ojos.

Hoy lunes me di cuenta que poco a poco voy perdiendo esta batalla, y por eso reúno palabras y mancho de tinta las recetas e impulso lo que me queda de vista hacia la prolongación de los puentes que he construido, y donde escribo letreros bien grandes que dicen PROHIBIDO LOS MONSTRUOS.

Luego sello las entradas con estampillas y robo el sobre de tus labios...

Te extraño.

Desde Pulidín City.

Chincho.

martes, 21 de abril de 2009

MARÍA CANDELARIA

Luis Daniel Pulido, un diciembre cualquiera...


A Damaris Disner, editora de Cultura de El Heraldo de Chiapas


Empezaremos por hacer que este texto ofrezca una teoría de certezas proporcionales a la duda, introducir “el otro” que “ella” optará por resolver como tesis de investigación periodística.

“Ella” es editora de Cultura del “otro” periódico. “Ella” advierte mis malas intenciones, intenta cambiarse de calle, no quiere que le vea las piernas, le sacude un acceso de tos, me saluda –Pero si eres tú, ¡qué milagrazo!- (Nótese: Milagrazo, figura superpuesta que nos dice que al interior de toda imagen de la Virgen de Guadalupe reconocer a una persona es un proceso tan sencillo como decirme baquetón y yo a “ella” ¡pitonisa!)

Porque el fuerte de “ella” es ver el futuro, y el futuro es esa cosa que redobla apuestas, siempre rodeados de esa cierta luz divina que no me permite hacerle lo que todo buen marranín debe hacer.

“Ella”, que celebra pasión, obra y vida como lo hacen las escritoras de provincia: riéndose de no sé qué y mandando besitos, dice (“dice”) que me quiere mucho. Y lo dice como si desplegara una alfombra roja para cada palabra donde todas las obras de caridad son de largo aliento. Y vaya que lo son, sino cómo entender que un día apareciéramos regalando juguetes a los niños de una iglesia en Pijijiapan. Recuerdo ese lugar y la verdad nunca sabré por qué de un momento a otro chocábamos las manos entre nosotros, borrachos, muy borrachos de Dios. Y todo iba bien hasta que el pastor ya no pudo controlar su lujuria y nos empezó a correr a todos, menos a “ella”.

Total, emprendimos el viaje de retorno sin pronunciar palabra alguna. “Ella”, y esto es tan sólo otra sospecha, mide el amor y la vida desde su muy particular formación católica, como si se emborrachara conmigo dos días y sobreviviera sin “meter la pata” por mas traspiés de whisky que le envíe a su mesa.

A veces, con ese arrastre de diablito que me cargo, le propongo ir a las escaleras, subir a la azotea, llevarla con engaños a mi casa porque mi mamá quiere verla, que Tierra Adentro me publicó un texto y que por eso me merezco más de lo que me ha dado: un CD de Pearl Jam, un cuadro valuado en 1, 500 pesos, dos Nutrileches, un paquete de medianoches Bimbo, un cocol, una chilindrina y una playera de poetas locales.

“Ella” me manda mensajes de texto cuando me extraña. Así nos ponemos de acuerdo y paso por “ella” al “otro” periódico. Cuando pasamos la calle nos tomamos de la mano y a la voz de “pásale mi María Candelaria” esquivamos autos en medio de la noche, a veces bajo la lluvia, esperando que algún día me diga “tuma tudo lu qui quieras di mi, mi Pedrito Infante” para hacerle lo que hacen las abejitas.

OTRA CANCIÓN DE AMOR

Damaris Disner, Luis Daniel Pulido

No tengo historias blancas
ni asombrosos poderes
para enemigos terribles

Sólo hechos sencillos,
baratos, de hule,
almohadas de Vizcaya,
hoteles de paso y canalladas dignas
de un delincuente de doce años

No tengo dragones
zigzagueando en gelatinas,
solo un “quiero cambiar”,
“ser el mejor”, “tu mero Spider Man”

No tengo soluciones antibrujas
ni tsunamis de agua mineral,
sólo un barquito de corcho
para ti (no para Tania, Carolina,
Yoyis, Isabel, Eva, Yesenia,
Marina, Olivia y Alejandra)

No tengo un yate
atado al cuello
ni redondas lunas colgantes,
sólo un puñito de tierra,
una casita con chimenea
y este poema con sabor
a caramelo de vainilla

MI OJO IZQUIERDO ERA SYD BARRET

Anita Pulido y Marco Pulido, desde Boston


La mirada forja de manera paulatina la descripción con su respectiva sombra. El ojo, que no podrá dibujar un dragón con un solo juego de crayones, no tarda en descubrir el peso de su párpado, cuya obstinada arrogancia le cierra y salvaguarda.

La mirada hace otros planes, encuentra los medios y determina el curso, en igualdad de nostalgia, de todo lo que ve.

El registro tiene distintos tic tacs emocionales diseminados por el ojo, fisonomía de un improvisado equilibrista en los tiempos de nuestra buena memoria.

El ojo y su maquinaria de regiones suman puntos de paso en las plantas colgantes de mis nervios ópticos.

El ojo se repliega para abrirse cuando todos los sueños lo han abandonado y la mirada se desplaza como la serpiente que se resbala por tu piel y te envuelve y sientes su fuego, el plomo fundido que acaba con todo intento tuyo por salir de la asfixia. Por eso el ojo es también un tirano que corta los dedos al crepúsculo y se torna azul, helado, ártico.

¿Ves su hemorragia transmarina?

Y la mirada, como cualquier cuarto de hospital psiquiátrico, demanda arponeros imperiales de la dulce vida: carambola de origamis en un puerto de largas pestañas de mujeres que se desnudan.

Es el ojo que se pierde y se ciñe a la roca, sacrificado como un animal en una plaza pública.

Es el ojo que se disipa como el último habitante de una ciudad sin héroes.

El ojo es el sicario que se aproxima a la víctima tras cada parpadeo eventual o subsidiario de la más cruel mirada.

El ojo, el izquierdo, anuncia su partida desmantelando de manera inevitable la luz de lo que fue una felicidad aproximada.

viernes, 17 de abril de 2009

¿ESCUCHAS EL SONIDO DE LAS OLAS CONTRA EL ACANTILADO?

Leti Servín (tomado de La Jornada)

Leti:

El amor es algo que se rompe, como una rama, una pierna, un cascarón, un lápiz, el cristal de una ventana. El amor no es un niño contando historias, el amor conforme va necesitando más palabras se manifiesta en un adulto violento que corre sin dirección.

El amor se fragmenta en pinceladas rápidas, ya no es una aventura de pioneros sino una cruenta lucha por la supervivencia.

El amor no es remojar panes en cafés con leche, el amor que antes llenaba cuadernos hoy apenas es una visita domiciliaria de un renglón de flores.

El amor se quiebra, es un espiral de almidones cuando rompo la dieta, eso que me pone furioso cuando tu imagen se reduce a un simple juego de ilusión óptica.

El amor es todas esas citas al oftalmólogo, mis ganas de oír el mar dentro de una caja, cuando cierro los ojos y estiro mis pies por encima de claraboyas y barcos abandonados. Son tus pasos que se alejan, puentes que se desmoronan, nubarrones en mi dedo meñique, parpadeos con restos de pan, esto que me apachurra y me dobla a la mitad cada vez que recuerdo que ya no me quieres.

Existen cierto tipo de edificios que se derrumban.

¿Qué voy a hacer en esta ruta de escombros?

Desde Pulidín City,

Chincho, triste y furioso.

GORDITO

Nadia Villafuerte (desde Mazatlán)


Maldita sea la ropa que confirma lo que no soy

Chincho

LOS INVASORES

¡Ya, ya, me rindo!



A Claudia Pon Cáceres

Nos vimos para platicar,
sumamos y restamos por aquel
incidente cuando le hablé borracho.
La Universidad, sin embargo,
fue un ejercicio más cuidadoso de lectura,
un bip bip desde un Volkswagen,
el hostal con puertecita, terraza y alberca
y que sí, tengo algo que le recuerda
a los nazis cuando pido la cuenta.

Ella sabe que es la niña que cargo
en hombros cuando le grita al gordito
de enfrente -¡Hipopótamo!-
mientras en las calles de Tuxtla Gutiérrez
las serpientes cambian de piel
a propósito de una ciudad en ruinas
y su régimen de procesiones

Quedamos en escribir un cuento
y descifrar el código genético
del porqué de la fertilidad de los chinos,
además de invadir Cuba y leer en voz alta
los libros de Cabrera Infante

SUNSET SPIDER MAN

Marianne Faithfull

En el a b c de los hombres que te aman
soy el que avanza hacia el final del corredor
y busca en los edificios más altos el brillo de tus ojos
con el mismo poema en cada mano
y el desconsuelo por no saber cantar boleros.

Qué tristeza.

Pero no sólo cierro los ojos para soñar
y aprender a facturar un millón de pesos,
lo hago para evitar poner en boca
de otro lo que quiero decirte
porque en esto del amor también se trata
de ganar posiciones, seguro de que a veces
el camino lo señalan los caídos
y esto puede ser en un suburbio de Los Ángeles
o bien participando en un concurso de Jeopardy

Sin duda un lector atento dirá que bajo el polvo
de los armarios un gusano de seda es la más poderosa
maquinaria que teje tu vestido de novia.
Y yo digo que no hay luz más tenue y confortable
que el de una vela y el de las oraciones que arden
como cigarros a media fumar frente a una botella de whisky.

lunes, 13 de abril de 2009

A ELLA NO LE GUSTABA JUDAS PRIEST

Estrella Del Valle (más efectiva que Lucy Liu, más sexi que Uma Thurman)

Siempre cuando hundo mi rostro en el agua veo caballitos de mar que orbitan alrededor del dibujo de un dinosaurio manipulado por mis dedos.

Veo libros de matemáticas atrapados en burbujas que buscan la superficie, boletas con puros dieces que como máquinas del tiempo me llevan al recuerdo de Marina.

Marina me dejó claro que no todos los mares son iguales, que hay besos que se deshacen como un helado de limón en los labios, que en sus ojos negros se llega a la playa por carretera.

Quisiera hacer mías las palabras de su nombre, enamorarla de un solo parpadeo, preguntarle cómo un hombre pudo hacer lo que yo no: atrapar las estrellas y meterlas en una bolsita para hacerlas sopas, sí, “sopita de estrellas” (a 4.50 la bolsa).

Un día pensé que si quieres ser ciudadano del mundo, mantente a media hora de tu niñez. Marina, no estuvo de acuerdo. Sin embargo de manera natural participaba en mis westerns de domingos por la tarde. Más aún, basado en las leyes de la robótica y la revolución científica, inventé mi propia fórmula para enamorarla:

A (de agua) + C (de coco) = agüita de coco

¿Para qué sirven los barcos?

Entre muchas cosas para ver las luces de Navidad desde el gran espejo que es una isla desierta.

Y lo que sigue, desempapelar las madrugadas, apostarle a los tranvías, al azul septentrional de los espejos rotos.

Confesarte, Marina, lo que tú ya sabes.

Oaxaca, México; Octubre 2007

LA DEMETRIA

Estrella Del Valle (no, en la cara no, que soy actor)


No lo sé de cierto,
pero lo supongo,
me duele la panza.

Entonces cerremos
las persianas,
úntame pomada,
dobla cuidadosamente
los sueños,
no abras la puerta

Y si volvieran los dolores,
moja toallitas con mentol,
dame palmaditas resbaladizas
en mi ombliguito de cocol

No lo sé de cierto,
pero lo supongo,
tú te llamas Demetria
y no Sasha Sokol

¿Entonces tú y yo no somos uno mismo?

Ah, me duele la panza Demetria,
pon la número tres:
México, México,
eme e acento equis i ce o

Mira mi panza,
parece un balón
de futbol.
Demetria, yo te quiero
aunque no seas Sasha Sokol

HISTORIA Y TESIS DE UN MAGUITO ENORME

Estrella Del Valle (hazme puerquito pero no me dejes)


Conocí a Leti al terminar el séptimo semestre de magia en la panadería de don Vicente, mi papá. Extraño lugar para una Universidad, que aparte de cierta deficiencia en el alumbrado, siempre llevábamos un dedo de harina marcado en la nariz.

Leti, que piensa todo el tiempo que las Universidades de magia son como las de Harry Potter, busca mi máquina de cuartillas –regalo de un niño de posguerra hijo de un filósofo alemán- la cual hace que escriba y escriba y escriba.

-¿De dónde sacas tantas cosas, cabezón?- me preguntaba

En séptimo semestre uno tiene la capacidad de convertir virotes en barcos pesqueros, tenedores en ramitos de orquídeas, por lo que me sobraban algunas palabras mágicas con las que desarrugaba billetes, envolvía en papeles plateados copas de futbol para países en guerra, organizaba concursos de bikinis pero nada de salvar el mundo como el buen Harry.

Éramos una Universidad como todas, con baterías antiaéreas en carnavales, echando sombra bajo la falda de brasileñas que bailaban rebien la samba y presentando los exámenes no para resolver problemas universales, sino para ver qué tanta precisión y puntería teníamos ante preguntas con cinco opciones de respuesta.

La verdad, a nosotros nadie nos “rankeo”, ni tuvimos que aflojarnos la corbata al ver que no parecíamos entre las cien mejores Universidades del mundo: todo cabía en una chistera.

Leti por eso un día apareció en otra Universidad.

En séptimo semestre de magia, dado a la ilusión que provoca el amor, se prescindió de los espejos. Leti, de tan lindos ojos, renunció a su imagen. Se fue.

En la Universidad de la magia no dejamos de hacerle pasteles, proponernos nuevas formas de redención en francés.

¿Qué si estaba enamorado de ella?

Soy mago, transgresor de cronologías, igual de alto y fuerte en Chihuahua como en la Torre Eiffel, Quijote y súperheroe, Topo Gigio, tu Javier Barden…

Leti, vuelve…

martes, 7 de abril de 2009

GRAN TORINO

Cristina Brondo



No sé si sea lo primero que hago,
si la llamo por su nombre
o simplemente le digo “cariño”.

Si me dice entre sueños
“voy al deportivo y vuelvo”
y yo le digo que está bien,
que hoy no es día para crímenes e incestos.

Luego el ring del despertador
y tú y yo de nuevo contra ese mundo
de sospechas que nada dice de las cantidades
de cafeína ingeridas a causa de escribir
como contrabandistas de pasaportes,
mucho menos de los pingüinos que emprenden
una nueva marcha a inviernos que no terminan
de completarse a causa del “no” con el dedo
de los cazadores canadienses.

Y a pesar de que a veces actuamos
como un par de desconocidos,
terminamos por hacerlo en la misma cama,
en la oficina correcta donde el amor
alcanza a definir el crepúsculo
que marchita los círculos polares
el mismo día que en Lisboa empiezan
a sonar las sirenas que anuncian
lo próximo que está la guerra.

DOS NIÑOS EN BUSCA DEL NUGGET PERDIDO




Traje de la cocina un poco de trigo
para prepararte una emboscada de nuggets.
No importa, en este momento, tu estatura.
Es posible que cabalgues en un burrito
de maíz, jamón y queso.

Espero que después de esta sorpresa
encontremos a los amanuenses
con bolsitas de Alka-Seltzers.
Lo sé, lo sé, estoy a dieta,
pero mira como el montoncito de abejas
cultivan miel en mi cajita de adobe


¡Por el sombrero de Indiana Jones,
no vayas a dejarles caer un par de escobazos
porque mi dedo ensalivado de Boy Scout
no sabrá indicarnos donde es el Sur,
el Norte, los meridianos!

Y es que aún no he reconstruido tu mapa,
el lugar de la Mancha, las esponjas que absorben
las perlas que se resbalan por tu espalda

¡Cindy, por favor, ponte la blusa!

¿Sabes que una gotita es suficiente
para esconder una fuente?

Mañana, lo prometo, buscaré tus ciudades en una calabacita dulce

LA INFANCIA RECUPERADA



Por Eduardo Huchín Sosa



Para Dinorah, Gabriela y Leticia.


Pocos placeres como releer los libros de nuestra infancia, sí, pero pocos placeres tan malsanos como leer libros infantiles que nada tiene que ver con nuestra propia niñez.


La literatura de mi infancia era con frecuencia descafeinada. Había pasado demasiados filtros de seguridad a través de los años para llegar a mis oídos. Al final del “Caperucita” yo preguntaba: “¿Por qué la sacaron de la panza del lobo?” y mamá sorteaba el final lógico de la historia: que por más que la abuela pareciera un ser peludo y de colmillos largos era imposible confundirla con un lobo. Que no me joda la niña. A los 6 años ya pensaba que lo de Caperucita era inaceptable y merecía un castigo más ejemplar que un simple baño de jugos gástricos. Pero en el universo de blancura de mis papás, esa aseveración era inadmisible. Yo, como el chiquillo promedio que era, quería un poco más de sangre y menos enseñanzas del tipo “¿Ya viste lo que sucede cuando no obedeces a mamá?” que es lo que me dieron mis padres aquella noche. La moraleja fue contraproducente: en cada almuerzo yo pensaba que me comía a un pollo que se había portado mal. Después del malentendido, papá y mamá evitaron hablar de cadenas alimenticias que involucraran al héroe de alguna fábula.


Ahora las cosas que descubro son mejores. Leo historias para niños que son crueles y divertidas y no me ruboriza pensar que lo divertido puede ser cruel. Por eso sigo con furor las novedades infantiles, programas como 31 minutos o me sumerjo en bibliotecas municipales en busca de pequeñas joyas publicadas en los Libros del Rincón. Me siento como el adolescente que se esconde a ver pornografía, pero a la inversa. Porque aun cuando puede hacerse en lugares públicos, una lectura no deja de ser íntima, de ser egoísta, de tener un poco de ese ensimismamiento que en la pubertad te lleva al porno. Y los libros infantiles son un placer todavía más perverso, pues no dan puntos para el currículo ni sirven para las clases de la universidad, ni tampoco son buenos para impresionar a nadie (ni siquiera a aquella guapa educadora que cree que la mamá de Harry Potter se llama Beatrix Potter).


Libros tan inútiles como los infantiles nos devuelven la pasión primigenia de la literatura: buscar aquello que no nos aburra. Escoger por intuición, por voluntad o por capricho. Elegir por culpa de cualquier detalle, por el título, por las ilustraciones, por lo que sea. Abandonar la lectura al primer cabeceo, retomarla sin obligaciones cualquier día, no hacer resúmenes, no leer biografías de nadie, no atender demasiado a los premios. Aprender más que nada del entusiasmo de los amigos.


A una edad en que he leído más libros infantiles que en toda mi niñez, pienso en un recuento.


¿Qué decena de libros me ha ayudado a sobrevivir a la provincia, ese sitio peor que una isla desierta, porque posiblemente una isla desierta tenga librerías mejor surtidas?


1. La recta y el punto de Norton Juster. ¿Una historia de amor? Mejor que eso: un romance matemático. La sensata recta se enamora de un punto que a su vez se siente atraído por un garabato (que es “más espontáneo” que su rival). ¿Qué hará la línea recta para conquistar al punto sin traicionarse a sí misma y de paso sin traicionar los principios de Euclides? Para darse una idea pueden consultar la estupenda versión animada dirigida por Chuck Jones, que le valió nada menos que un Oscar.

2. Una sarta de mentiras de Geraldine McCaughrean. Un hombre entra a trabajar a una tienda de antigüedades en quiebra, a cambio de un lugar donde dormir. Para atraer a los clientes, les cuenta las historias que esconde cada objeto a la venta. ¿Cómo se cuarteó ese reloj, qué asesinato se cometió en ese escritorio, a quiénes enfrentaron realmente esos soldados de plomo? Y la gente encantada le compra las antigüedades, no porque sea víctima de un fraude, sino porque necesita ficción para vivir. Una parábola maravillosa sobre la literatura y su luminosa aparición en el momento más oportuno de nuestras biografías.

3. Cuentos escritos a máquina de Gianni Rodari. Una prosa rapidísima, crítica y con el que el lector corre todo el tiempo el riesgo de atragantarse por la risa. Un lagarto que quiere concursar en un programa de televisión, unos alumnos que en clase de Historia viajan al pasado para verificar cuántas puñaladas recibió el César, una guerra de poetas con demasiadas rimas en “o”, marcianos que quieren llevarse de souvenir la Torre de Pisa, un anciano que a falta de atención en su casa decide morar con los gatos callejeros. En pocas palabras, una auténtica joya.

4. Carmela toda la vida de Triunfo Arciniegas. Una enana calva transita de un fracaso amoroso a otro. Lo mismo se enamora de un marinero que de un astronauta (al que deja porque el cielo era demasiado infinito para saber dónde estaba cuando no estaba con ella). Incluso un sapo intenta cortejarla pero, ya saben, el amor de una pareja regularmente no florece cuando uno de los dos en un batracio. Al final, Carmela acaba con el dueño de un circo, a quien en la cúspide de su felicidad se come el león. No crean que les he contado mucho, éste es apenas el inicio de esta inusual historia que podría resultar del apareamiento entre Freaks y Perrault.

5. El globo de Isol. Una lectura de un minuto pero que es mucho más. Isol ha potenciado la capacidad de los relatos brevísimos de decirnos algo y de impulsarnos a releerlos una y otra vez. De Cosas que pasan a Tener un patito es útil (editado en forma de acordeón) Isol no deja de jugar con niños que son caprichosos, entrometidos, maniáticos y con sonrisas que exhiben más dientes de los habituales. A través de historias en apariencia simples, Isol ha realizado su propio tratado de la insatisfacción. En el cuento en cuestión, una pequeña ve cómo su histérica mamá se convierte de repente en un globo hermoso, rojo y lo mejor de todo, silencioso. ¿Cómo afronta su día una niña que ahora tiene un globo pero que le falta una mamá?

6. La melancólica muerte de Chico Ostra de Tim Burton. ¿Es esto para niños?, preguntará cualquiera que ojee este libro. Esa quizás fue la misma duda que tuviera un espectador promedio en 1993, el año en que se estrenó Nightmare before Christmas, escrita por el mismo Burton, aunque dirigida por Henry Selick. 16 años después, nadie duda de sus virtudes. En el mismo tono, este libro es un catálogo, a la vez enternecedor y escalofriante, de niños auténticamente marginales: el Chico Mancha, el Chico Tóxico, la Chica Vudú o el Chico Momia.

7. Matilda de Roald Dahl. El caso de Dahl es digno de analizarse: hay tanto perversidad adulta en sus cuentos para niños, como vivacidad infantil en sus relatos para adultos (cualquiera que sea la supuesta diferencia entre esas dos narrativas). En el caso de Matilda, se trata de una refrescante bofetada a todos aquellos que reverencian a la familia como una especie animal a la que hay que preservar. No sólo son divertidísimas las formas en que la pequeña hija de los Wormwood se venga de su papá –un estafador y autoritario vendedor de autos- sino que al final del libro uno termina cuestionándose: ¿Y si la familia también nos aprisionara?, ¿y si el DIF estuviera -otra vez- equivocado?

8. Amadís de anís, Amadís de codorniz de Francisco Hinojosa. Sé que la mayoría optará por La peor señora del mundo, ese clásico infantil sobre la relatividad del bien y del mal, pero he de confesar que yo prefiero esta fábula que suplanta la moraleja por el antojo. En Amadís el canibalismo llevado a la escuela primaria tiene un alucinante resultado cuando un glotón descubre una mañana que es comestible. ¿Qué ofrece este menú? Un banquete de imaginación y buen humor por parte del autor mexicano más leído por los niños de este país.

9. Cuánto cuenta un elefante de Helme Heine. Háblenles a los infantes de matemáticas y quizás reciban unos mohines de asco. Háblenles a los adultos de la caca de elefante y posiblemente tengan la misma reacción. Junten las matemáticas y las boñigas para hablar de la muerte y obtengan uno de los cuentos más extrañamente poéticos que puedan leerse.

10. Los misterios del señor Burdick de Chris Van Allsburg. Cada uno de los 14 cuentos de este libro tiene el siguiente contenido neto: una ilustración, un título y un epígrafe. ¿Suficiente para contar una historia? Vaya que sí. Es prácticamente imposible ver cada página sin crear una narración. Van Allsburg ha inventado el artefacto más entretenido para ser escritores y no pagarle a un tutor que lance nuestros poemas al bote de basura.

jueves, 2 de abril de 2009

CONCHITAS

Nadia Villafuerte en un hotel de Lisboa

Las conchitas son sonoras y rimbombantes. Uno hasta puede suponerlas glamorosas por el afecto de llamarlas “conchitas”. Están en la arena de las playas, indiferentes al mar y a ellas mismas, pienso, por fatiga.

Yo puedo llenar bolsas y bolsas con ellas, llevarme su nostalgia producto de maremotos y tormentas a la casa, clasificarlas por color, tamaño y sonido.

Las conchitas llevan en sus entrañas un eco que creo las relaja; al menos a mí, cuando las escucho, mis párpados batallan contra el profundísimo peso que el mar le pone sobre ellos.

Cuando digo “conchitas” pasan un montón de cosas que van desde que dos muchachas volteen a verme o que alguien me oferte pan de una tal tía Rosa, hasta quienes piden que les aviente una hermana.

He caminado, no estoy seguro, hasta diez kilómetros en la playa buscando conchitas.

Hace dos días Leti me aseguraba que al tocar las conchitas las mujeres se orgaspatean…mmm, no, no, no; se orgasdespanzurraban…mmmm, no, tampoco; se orgasbaleaban…mmm, no, menos; se orgas, se orgas ¿se orgas…nizaban?

Leti se reía cada vez más, y sintetizó: se siente bien bonito, vieras.

SEMÁFOROS

El stop accede con su rojo hormigueante. El tiempo está sobrecargado de puertos y se ve en la mirada de todos a través de los cristales. Si fuera un gigante, todos esos autos cabrían en mi mano. Mi mano que sería un gran puente antes de que la luz verde los devore con sus múltiples hemisferios de indiferencia y soledad.


Pienso e imagino que antes de seguir la luz verde, nos preparamos a partir a un puerto fijo, ahí donde el amor con su olor a playa está en las sábanas de los moteles, en el café que nos permite ver la vida con menos frío, en el poema contra la página porque así es la fuerza de un beso cuando se pisa el acelerador a fondo.

TONALÁ SEGÚN EL CLUB DE TOBI



En Tonalá no hay selva, me queda claro. Hay mar y muchas negritas, camarones sin cabeza, tortillas con un chingo de hoyos y secretarios de pesca.

En Tonalá los ventiladores despeinan al sol y las niñas buscan su reflejo en los charquitos después de la lluvia.

En Tonalá uno dice -¡Ah, qué bonita mariposa!- pero te devuelven una película de terror –No, se llama colmoyote y es el alma del abuelo muerto- ¡Gulp!

En Tonalá nadie sabe que existo. Me siento en el parque y como plátanos deshidratados con chilito y los ojos me lloran y me da gripa y me pongo rojo y luego me subo a un bicitaxi y me da por morder mis uñas y le pongo cajeta a mi pan bimbo y me voy a casa.

En Tonalá hay muchas “colochas”. En Tonalá veranean el 90% de los grillos y se hospedan en ¡mi techo!

En Tonalá se necesita de dos para bailar salsa.