Para Miguel, Sonia, Sofía y Mónica
Reconozco cosas, eventos, lo aprehendido en flagrancia: una persona que me insulta, un periodista en un hemisferio que manipula el mensaje, lo que cae en el silencio de los puntos suspensivos… Poco sé de precios, de técnicas y recursos, de habilidades sociales. En el día a día, hay un momento que mi cerebro es el set de Blade Runner, una cancha enlodada en Inglaterra, un puente intergaláctico, mi canción favorita atada a mi cinturón como un arma de fuego. En un momento todo me pasa y lo entiendo sin malicia, hasta me han dicho “tonto”, y llego puntual a citas que eran simples muletas sociales. He llegado, por ejemplo, a un juego de futbol inexistente. Y ahí estoy, sentado, solo, escuchando canciones con mis audífonos. “Cuenta con nosotros”, me han dicho, pero como quien dice algo por decir. Yo alcanzo a ver caballos salvajes en las praderas, un perro amable, la herida profunda de la tristeza: una montaña que arde. Y guardo mis monedas como lo haría un vaquero en el Viejo Oeste. Pero ese corazón que me heredó mi madre, huérfana de todo, la mujer más sola del mundo hasta que nací yo, me ha llevado a gente muy buena. Dicen que es un problema neurológico lo que provoca mis ausencias, incluso me medicaron con Tegretol… es epilepsia, me dijeron. Lo mucho que tomé fueron cuatro pastillas. Nada como lanzarse sobre una pelota, abrir y leer un libro, escribir, jugar al futbol solo. Todo lo que me sucede a partir de esa deficiencia es increíble. A veces tomo fotos. A veces, como ayer, me regalan una laptop y veo caricaturas y escribo esto y parece que todo es tan mágico y natural como la tarde y la noche, como beber agua, tirarse en la cama, estirarse, instalar programas, hasta que la publicidad –ese avión que aterriza de emergencia en la pantalla, me muestra el precio de mi lindo regalo. Hablo del precio del mundo, de esas cantidades de las que hablan abogados, funcionarios públicos, compañeros de generación, poetas rimbombantes, universitarios en el antro. Y me asusto. Pero vuelvo a ser yo y sé que su precio convoca otros horizontes, otros barcos, otros jardines, otros desiertos, al mismo, siempre al mismo, Hombre Araña. “Todo poder conlleva una responsabilidad, Peter”. Y la mía es cuidarla y escribir muchos libros. Y que la crueldad humana no pueda con mi escudo: la sonrisa de Isabella Rossellini.
¿Murió David Lynch?
Luis Daniel Pulido
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