Acabo de llegar de trabajar –ahora trabajo toda la noche,
doce horas sin ver el cielo, si una estrella fugaz la atraviesa
y desaparece en su pequeña batalla contra la infamia;
o las perdices en Líbano, las muchachas de Guadalajara, Jalisco,
son atavismos de la memoria, del cansancio;
saco a mis perros y todavía no amanece,
hay un indicio, una capa naranja y el rictus de un planeta
que así anuncia el nuevo día;
los millonarios excéntricos, el futbol en Inglaterra,
el descrédito y la impunidad en México,
el cuete solitario que estalla a lo lejos,
quien se opone a los excesos o quien se acerca a ellos,
abren sus pétalos oscuros,
serpiente que se enrosca a tu cuello;
toco con mis dedos la tierra mojada,
uno de mis perros persigue el vuelo de una mariposa,
yo tengo hambre;
en la ciudad la navidad impaciente de los alcohólicos,
los niños ausentes del deber moral de pagar las deudas,
en espera de los regalos y salir a la calle a mostrarlos;
tristemente acá el futuro es de los sicarios,
de quienes se sujetan a la muerte en busca de oro,
y se pudren –nacionalistas, con su pedacito
que les corresponde de República,
de bandera izada en el zócalo o en su reflejo:
en el cristal de una camioneta blindada;
regreso a casa –nadie me espera…
Luis Daniel Pulido

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