martes, 11 de marzo de 2025

YO QUE AÚN ESCUCHO CANCIONES DE VAN HALEN



Mi amiga me escribe y me dice que hace seis días se mudó a su nuevo departamento, que lee Tratado de las pasiones del alma de Lobo Antunes. “De nada”, concluye su breve mensaje no exento de cierto sarcasmo, historias de fantasmas literarios, de juez y parte. La admiro, porque sus lecturas no son olimpos de hogueras, ni ataques de histeria, ni pone a remojar el pan duro en el agua de las conciencias. Le importa nada el mundo y la gente y sus desdoblamientos, lo que digan. Porque un lector –me dice– es tan ordinario como el señor que no hace nada en estos momentos y estira sus pies a un punto que le provoca placer, el bostezo. Yo, que vivo en otras circunstancias y mi isla de tentaciones se reduce a la gastronomía local o a un milésimo santo encarnado de antropología y misterio, cosas que pienso, porque la verdad desconozco a fondo las cosas, me hacen jalar aire desesperado. El calor es mi apostolado y no tengo un árbol de naranjas. Un río, sí, pero contaminado. Un coco, sí, pero sin agua. Y una cerveza está cada vez más lejos porque ya no construye esperanza ni esos largos diálogos de cuando fuimos jóvenes y roqueros. Mi amiga es privilegiada, lo sabe, y nunca hemos discutido por eso, pues a pesar de ser tan distintos, evitamos las malas prácticas de los modelos y agendas impuestas; sin proponerlo, asunto de no sacar provecho del uno del otro ni beneficiarnos más que de lo que leemos. Un día leyó algo mío y le gustó, otro día le leí La estrella de madera de Marcel Schwob y le gustó tanto que me hizo grabarla. No somos un club de lectura, ni un hemiciclo de autores, ni nos adjudicamos medallas de oro por Cervantes. Lo que sí es que ella lee con aire acondicionado y yo con el sol más caliente sobre mi cabeza. ¿Por qué no tengo amigos ni amigas en esta tierra? Igual no existo y soy un hombre muerto que no ha llegado a su destino.

Luis Daniel Pulido

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