miércoles, 3 de diciembre de 2008

TOUCHDOWN


En la foto, Luis Daniel Pulido, con su misma pinche camisa



Bromeaba con mi sobrino, aspirante a poeta y rock-star, que el título del libro de Pablo Neruda “Confieso que he vivido”, estaba incompleto. -¿Por qué, tío?- me preguntaba entre jugada y jugada del partido del lunes por la noche de la NFL. Lo que contestaba escribiendo la siguiente sugerencia: “Confieso que he vivido (de lo contrario fuera un zombi)”. El hecho nos hacía reír mucho y comer palomitas, de paso brindar abriendo sodas dietéticas y eructando “tooouuuchdooownnnnn”.


Mi pequeño sobrino, detalles literarios más, detalles literarios menos, no asume la poesía como desdicha humana y se permite pericias que reflejan asociaciones absolutamente libres propias de la edad y sus lecturas. El ensayo que prepara, por ejemplo, se llama “Del porqué Noticias del Imperio lo escribió un señor que se llama Fernando del Paso y no Darth Vader”.


Su mamá le asegura a mi mamá que soy la peor influencia para mi sobrino. Yo, lo digo abiertamente, no estoy de acuerdo. Un día me platicó sobre un joven de apellido Nuricumbo, pinta de gordo africano y prototipo de las llantas Michelín, que abusaba de su peso y estatura. Mi experiencia, mi edad y sobre todo mi capacidad para reconciliar, puso en marcha lo que sería el himno que acompaña a ese joven por el resto de su vida:


Nuricumbo, Nuricumbo,
de un pedo te tumbo

Por supuesto mi sobrino regresó a casa con un ojo morado y algunos raspones, pero nada de cuidado. Destapamos una soda, bebimos y volvimos a eructar “toooouuuchdooownnnnn”.

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