martes, 9 de septiembre de 2025

CARTA A LÍBANO (PARTE DOS)



 Para Muna D


He contado la anécdota a amigos muy cercanos: Héctor Cortés Mandujano, Miguel Carballo, Sonia Espinoza Corzo, a Sofía. Era un adolescente cuando la belleza me marcó, hablo de la tentación por la piel y sus abismos, a los incendios que traspasan los cercos del bien y del mal. Cuando uno arde sin saber por qué exactamente. Como todo adolescente de doce o trece años, era feliz con poco: jugando futbol con los amigos del barrio, con los nuevos que iba conociendo en la secundaria, con los que huían de las guerras del otro lado del mundo y con esos raros mecanismos míos de escapes de la realidad: un cómic, una serie estadounidense de tv, sentir la lluvia sin miedo a que me partiera un rayo, el pan de dulce antes de que el hambre me transformara en Alien, el octavo pasajero. Por cosas que pasan: mi casa estaba camino a la casa de mi amigo libanés de la secundaria: Samir Buchaín, su hermana –casada en esos años con un ranchero bigotón, me daban un “aventón” a mi casa. A veces, y quizá por preservar el patrimonio cultural entre naciones, me quedaba a comer con ellos. Y claro, a jugar futbol en el cuarto de mi amigo, aún con reminiscencias de la guerra y algunas radiografías calcificadas de los vuelos transoceánicos, y supongo que por ello mi amigo era muy delgado. La pelota, caprichosa por los universos nuevos y por falta de habilidad de esos dos jugadores chutando en una cancha improvisada y flanqueada por una cama y un enorme poster de John Lennon y Yoko Ono, se escurrió al cuarto de la hermana de Samir, que tenía la puerta abierta y dormía desactivada del posible y cercano fin del mundo. Entré al cuarto con los aspavientos de un joven enojado con su compañero por su falta de sensibilidad en los pies. Y ahí estaba ella, bellísima, con su silueta cubierta con una bata blanca, bajo los prodigiosos monumentos de mundos que ya no existen, frágil pero a la vez, como si todos los universos posibles fueran suyos, con la paz de una niña que acababa de nacer. De repente sentí vergüenza, y reconocí mi falta: tomé la pelota y regresé con mi amigo. Boté dos veces la pelota y se la pasé para que en esa acción, mi vida, que se acababa de detener en el tiempo, volviera a suceder, a moverse, a soltar el corazón hacia esa mujer que ilumina cada día y cada noche que la recuerdo. Han pasado los años y fui Steve McQueen, Robert Redford y Paul Newman. También Ubaldo Matildo Fillol. La vi de nuevo cuando la entrevistó Carmen Aristegui y hace unos días en la promoción de su libro, en su video columna: Ángulos del fraude. Y su belleza sigue intacta… el mismo mar a corazón abierto. Todas las revelaciones sagradas están en ella y lo supe desde ese día.
Luis Daniel Pulido

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